miércoles, 28 de septiembre de 2016

Carta de un bebé

Carta de un bebé

¿Hola mamá, cómo estás? Yo muy bien, gracias a “Dios”

Hace apenas algunos días que me concebiste en tu barriguita.
Realmente, no puedo explicar lo feliz que me siento de que tú vayas a ser mi mamá.

Otra cosa que me llena de orgullo es ver el amor con que fui concebido.
¡Todo parece indicar que seré el niño más feliz del mundo!
Mamá, ya hace un mes que fui concebido y comienzo a ver cómo mi cuerpecito empieza a formarse, yo sé que no soy tan bonito como tú, pero ¡Dame una oportunidad! ¡Estoy muy feliz! Pero hay algo que me preocupa...
Últimamente he notado que hay algo rondando en tu cabeza que no me deja dormir, pero está bien, eso pasará, no te desesperes.
Mamá, ya pasaron dos meses y medio, estoy muy contento con mis nuevas manos, ya tengo ganas de usarlas para jugar.

Mamita, ¿Me dices que pasa?     
¿Por qué lloras tanto todas las noches???
¿Por qué cuando papá y tú se encuentran, se gritan tanto uno al otro?
¿Ya no me quieren? Voy a hacer todo lo posible para que me quieran...

Ya pasaron tres meses, mamá,  te noto muy deprimida, no sé lo que está pasando, estoy muy confundido.
Hoy por la mañana fuimos al médico y el nos dio una cita para mañana...
No sé para qué, yo me siento muy bien...
¿Acaso tú te sientes mal, mamá?
Mamá, ya es de día, ¿A dónde vamos?  
¿Qué está pasando mamá?
Mamá, no te acuestes, apenas son las dos de la tarde, no tengo sueño, quiero seguir jugando con mis manitas.
¡Ah!!! ¿Qué hace ese tubito cerca de mi??
¿Es un nuevo juguete?? ¡Mira!!!
Oye, ¿Por qué están absorbiendo mi casita??
¿Señor, espere porqué se la lleva?? 
¿No se da cuenta que me lastima??
¿No ve que aún soy muy pequeño para defenderme solito?
¡Mamá!!! Espere... ¡Esa es mi manita!!
Mamá, mi piernita, ¡La están arrancando!!!
¡Mamita, defiéndeme!!!
Mamita, ¡Ayúdame!!!
Diles que se detengan, te juro que ya voy a portarme bien y no voy a darte más patadas.
¿Cómo es posible que hagan esto conmigo?
Él me las pagará cuando yo sea grande y fuerte, ¡Ay, mamá! Ya no aguanto más... ay... mamita, mamita, ayúdame...
Mamá, ya han pasado 17 años desde aquél día, y desde aquí arriba observo cómo todavía te duele haber tomado aquella decisión.
Por favor, ya no llores, acuérdate de que te amo y que aquí estaré esperándote con muchos besos y abrazos.
¡Te amo mucho!!!
Tu bebé.
“Lo que llevas o llevaste en tus entrañas es el más valioso regalo que Dios, puedo darte, no lo rechaces y si cometiste este error, reconcíliate con El Señor, ya que tu bebe estará en los cielos esperando recuperar el tiempo, que no pudo disfrutar junto a ti en este mundo”

Cuando Alguien te Ama

Cuando Alguien te Ama

Cuando alguien te ama, también es paciente contigo.

Cuando alguien te ama, toma las circunstancias de tu vida y las usa de una forma constructiva para tu crecimiento.

Cuando alguien te ama, está de tu parte; quiere verte madurar y desarrollarte en el amor.

Cuando alguien te ama, no derrama su ira contigo por todos los "errores" que cometes, aunque sean muchos.

Cuando alguien te ama, sufre profundamente cuando ve que te desvías del camino, pero espera confiadamente hasta que puede orientarte a que sigas la senda correcta.

Cuando alguien te ama, sigue confiando en ti cuando ni siquiera tú confías en ti mismo.

Cuando alguien te ama, nunca te dice que eres un caso perdido; más bien trabaja pacientemente contigo y te corrige de tal manera que es posible que te cueste entender la profundidad del cuidado que tiene por ti.

Cuando alguien te ama, nunca te abandona aunque muchos de tus amigos lo hagan.

Cuando alguien te ama, se queda a tu lado cuando llegas al fondo de la desesperación y se pone en evidencia lo que realmente eres. Pero no te juzga, sino que te sigue viendo como una persona hermosa, digna y llena de valor y significado.

Cuando alguien te ama de esa manera, te está demostrando el mayor de todos los dones, el perfecto e incondicional amor de Dios

El Amor de un Padre

El Amor de un Padre

El día que mi hija nació, sinceramente, no sentí gran alegría. ¡Yo quería un niño! En pocos meses me dejé cautivar por la sonrisa de mi Andreita y por la infinita inocencia de su mirada fija y penetrante. Fue entonces cuando empecé a amarla con locura. Su carita y su mirada no se apartaban ni por un instante de mis pensamientos, la veía en cada niña, todo mi mundo, era ella.

Una tarde, mi familia y la de mi amigo Raúl fuimos de picnic a la orilla de un río que había muy cerca de casa. De pronto la niña preguntó a su padre:

- Papi, cuando cumpla quince años ¿Cuál será mi regalo?

- Pero mi amor, si apenas tienes diez añitos, ¿No te parece que todavía falta mucho para que cumplas los quince?.

- Bueno papito, tu siempre dices que el tiempo pasa volando, aunque yo nunca lo he visto por aquí.

Todos reímos con la ocurrencia de Andreita y seguimos disfrutando del picnic y hablando de otras cosas.

Pasó el tiempo y una mañana me encontré con Raúl frente al colegio donde estudiaba mi hija, que ya tenía catorce años. Le comenté con gran orgullo las excelentes calificaciones y los conmovedores comentarios que le habían escrito sus profesores.

Andreita ocupaba toda la alegría de la casa, en la mente, en el corazón de la familia, y especialmente en el de su papá.

Fue un domingo muy temprano que nos dirigíamos a la iglesia, cuando Andreita tropezó con algo, eso creíamos todos, y dio un traspié, su papá la sujetó de inmediato para que no cayera. Pero ya instalados en la iglesia, vimos cómo Andreita fue cayendo lentamente sobre el banco y perdió el conocimiento. La tomamos en brazos, mientras su papá buscaba un taxi para llevarla al hospital; Andreita estuvo en coma durante diez días y fue entonces cuando le informaron a Oscar que su hija padecía una grave enfermedad que afectaba seriamente su corazón. Le dijeron que no era algo definitivo, y que debían esperar a practicarle otras pruebas para llegar a un diagnóstico firme.

Los días iban pasando, Oscar renunció a su trabajo para dedicarse al cuidado de Andreita. Una mañana Oscar se encontraba al lado de su hija, cuando ella le preguntó:

-¿Voy a morir, verdad? ¿Qué te dijeron los médicos?

- No mi amor, no vas a morir, Dios que es tan bueno no permitirá que pierda lo que más amo en mi vida, respondió el padre.

-Cuando alguien muere, ¿adonde va? Desde donde esté ¿podrá ver a su familia? ¿Sabes si se puede regresar? ... Preguntaba Andreita.

-Bueno hija... en verdad nadie ha regresado de allá a contar algo, pero si yo muriera, no te dejaría sola, estando en el más allá buscaría la manera de comunicarme contigo, si hiciera falta utilizaría el viento para venir a verte.

-¿Y cómo lo harías?

- No tengo la menor idea hijita, sólo sé que si algún día muero, sentirás que estoy contigo, cuando un suave viento roce tu cara y una brisa fresca bese tus mejillas.

Ese mismo día por la tarde, llamaron a Oscar, la situación era grave, su hija se estaba muriendo y necesitaban un corazón urgentemente, pues el de ella no resistiría más de quince o veinte días.

¿De donde sacar un corazón? ¿Como conseguir uno?.

Ese mismo mes, Andreita cumpliría quince años. Y por fin, ocurrió lo que parecía imposible, fue el viernes por la tarde cuando consiguieron un donante, una esperanza iluminó los ojos de todos, las cosas iban a cambiar.

El domingo Andreita ya estaba operada, todo salió como los médicos habían planeado. ¡�?xito total!

Sin embargo, Oscar no había vuelto por el hospital y Andreita lo extrañaba muchísimo, su mamá le decía que todo estaba bien y que su papá estaba trabajando para sostener la familia.

Andreita permaneció en el hospital durante quince días más, los médicos no habían querido dejarla ir hasta que su corazón estuviera firme y fuerte, y así lo hicieron.

Precisamente el día de su cumpleaños, le dieron el alta médica, Andreita estaba feliz e ilusionada. Al llegar a casa todos se sentaron en el sofá y su mamá con los ojos llenos de lágrimas le entregó una carta de su padre:  "Andreita, hijita de mi corazón: Al momento de leer mi carta, ya debes tener quince años y un corazón fuerte latiendo en tu pecho, esa fue la promesa que me hicieron los médicos que te operaron. No puedes imaginarte ni remotamente cuanto lamento no estar a tu lado en este instante. Cuando supe que ibas a morir, decidí dar respuesta a una pregunta que me hiciste cuanto tenías diez añitos y a la cual no respondí. Decidí hacerte el regalo más hermoso que nadie jamás haría por mi hija... Te regalo mi corazón, mi vida entera sin condición alguna, para que hagas con ella lo que quieras.  ¡¡Vive hija!!   ¡¡Te amo con todo mi corazón!!"

Andreita lloró todo el día y toda la noche. Al día siguiente fue al cementerio y se sentó sobre la tumba de su papá; lloró como nadie lo ha hecho y susurró: �??Papá, ahora puedo comprender cuánto me amabas. Yo también te amaba y aunque nunca te lo dije, ahora comprendo la importancia de decir "TE AMO", perdóname por haber guardado silencio tantas veces".

En ese instante las copas de los árboles se mecieron suavemente, cayeron algunas hojas y una suave brisa acarició las mejillas de Andreita, ella entre sollozos, sonrió, alzó la mirada al cielo, secó las lagrimas de su rostro, se levantó y emprendió regreso a su hogar.

Nuestros hijos son lo más hermoso que podemos tener.

Ámales, dedícales tus mejores momentos.

No descargues tus frustraciones sobre ellos ni les pongas en medio de discusiones o situaciones de tensión.

Cada día, a cada instante exprésales tu amor de diferentes maneras, y diles que los amas, aunque te cueste.

Fábula de la profesora

Fábula de la profesora

Una profesora en clase saca un billete de 20 euros y lo enseña a sus alumnos a la vez que pregunta: "¿A quién le gustaría tener este billete?". Todos los alumnos levantan la mano. Entonces la profesora coge el billete y lo arruga, haciéndolo una bola. Incluso lo rasga un poquito en una esquina. "¿Quién sigue queriéndolo?". Todos los alumnos volvieron a levantar la mano. Finalmente, la profesora tira el billete al suelo y lo pisa repetidamente, diciendo: "¿Aún queréis este billete?". Todos los alumnos respondieron que sí. Entonces la profesora les dijo: "Espero que aprendan una lección importante: Aunque he arrugado el billete y lo he pisado, todos lo querían porque su valor no ha cambiado. Muchas veces en la vida te ofenden, hay personas que te rechazan y los acontecimientos te sacuden, dejándote hecho una bola o tirado en el suelo. Sientes que no vales nada, pero recuerda, tu valor no cambiará nunca para la gente que te quiere. Incluso cuando sientas que estás en tu peor momento, tu valor sigue siendo el mismo.

Un día me volví invisible

Un día me volví invisible

No sé qué día es hoy, en esta casa no hay calendarios y en mi memoria los hechos, están todos confusos. Me acuerdo de aquellos grandes almanaques, ilustrados con las imágenes de los santos que colgábamos al lado del tocador. Ya no hay nada de eso, todas las cosas han ido desapareciendo, y yo también me voy borrando sin que nadie se dé cuenta.
Primero, como la familia aumentó de número, me cambiaron de cuarto; después me pasaron a otra habitación más pequeña que compartía con una de mis bisnietas y ahora ocupo el cuarto de los trastos, el que está en el patio de atrás, ese cuarto al que van a parar todas aquellas cosas que ya no se usan. Dijeron que cambiarían el vidrio roto de la ventana, pero se les olvidó y todas las noches por allí se cuela un airecito helado que no le va nada bien a mis dolores reumáticos.
Desde hace tiempo tengo intenciones de escribir, pero me ha sido imposible; me he pasado semanas buscando un lápiz y cuando al fin lo encontré, lo dejé en algún lugar seguro para poder encontrarlo fácilmente, pero me he olvidado dónde lo puse y es que a mis años las cosas se pierden con demasiada facilidad.
La otra tarde me di cuenta que mi voz también había desaparecido. Lo supe porque cuando le hablo a mis nietos o a mis hijos no me contestan, todos hablan sin mirarme, como si yo no estuviera con ellos escuchando lo que dicen. A veces he intervenido en la conversación, segura de que lo que voy a decir no se le ha ocurrido a ninguno y les va a servir de mucho mi consejo. Pero no me oyen, no me miran, ni me responden…
¿Qué puedo hacer en estas situaciones? No lo sé, yo con una gran tristeza, me retiro a mi cuarto y allí termino de tomar mi taza de café, o lo que estaba haciendo.
Lo hago así para que comprendan que estoy enojada, para que se den cuenta que me han ofendido, y vengan a buscarme y me pidan perdón… pero de momento no ha venido nadie.
El otro día les dije que cuando me muera entonces sí me iban a extrañar, y el nieto más pequeño me preguntó: ¿Abuela, tú todavía estás viva? Les causó tanta gracia que no paraban de reír.
Pero yo estuve tres días llorando en mi cuarto, hasta que una mañana entró uno de los muchachos a sacar unas llantas viejas para la bicicleta y ni los buenos días me dio. Fue entonces cuando me convencí de que soy una persona invisible. Me sitúo en medio de la sala para ver si molestando me ven o me dicen algo, pero mi hija me mira y sigue barriendo sin tocarme, y mis nietos pasan corriendo de un lado a otro sin tropezar conmigo.
Cuando mi yerno se enfermó, tuve la oportunidad de serle útil, le llevé un té especial, que yo misma preparé, se lo puse en la mesita y me senté a esperar que se lo tomara. Él estaba mirando la televisión y ni con un simple parpadeo me dejó entender que se daba cuenta de mi presencia. El té se fue enfriando poco a poco… mi corazón también.
Un viernes se alborotaron los niños y me vinieron a decir que al día siguiente nos iríamos todos al campo, me puse muy contenta, hacía tanto tiempo que no salía, y menos al campo.
El sábado fui la primera en levantarme, quise arreglar las cosas con calma, los viejos tardamos mucho en hacer cualquier cosa, así que me tomé mi tiempo para estar lista a la hora de la salida. Ellos entraban y salían de la casa corriendo, colocando bolsas y juguetes en el auto.
Yo ya estaba lista hacía rato y muy feliz me puse a un lado esperando que terminaran los preparativos del viaje. Cuando arrancaron y el auto desapareció envuelto en risas y cantos, comprendí que yo no estaba invitada; tal vez porque no cabía en el auto o porque mis pasos tan lentos impedirían que todos los demás corretearan a su gusto por el bosque.
Sentí cómo mi corazón se encogía, la barbilla me temblaba como cuando uno ya no aguanta más las ganas de llorar. Vivo con mi familia y cada día me hago más vieja, pero curiosamente, parece que ya no cumplo años, porque nadie me felicita, ni lo celebramos, todos están tan ocupados… Yo los entiendo, ellos sí hacen cosas importantes: ríen, gritan, sueñan, lloran, se abrazan y se besan.
Ya no sé a qué saben los besos. Antes besuqueaba a los chiquitos, era un gusto enorme el que me daba tenerlos entre mis brazos como si fueran míos, sentía su suave y tierna piel y su cálida respiración muy cerca de mí, sus vidas tan nuevecitas se me metían en el corazón como un soplo de brisa fresca y hasta me daba por cantar canciones de cuna que nunca creí recordar… Pero un día mi nieta Laura que acababa de tener un bebé, me dijo que no era bueno que los ancianos besaran a los niños por cuestión de salud; entonces ya no me acerqué más a los niños, por temor a que les pasara algo a causa de mis imprudencias. Tengo miedo de contagiarles algo terrible.
A pesar de todo yo los bendigo y los perdono, porque ¿Qué culpa tienen ellos de que yo me haya vuelto tan poco útil?
Este relato es crudo, pero real. Muchos de nosotros no toleramos la actitud de los ancianos, aunque ellos tuvieron toda la paciencia del mundo, para criarnos, educarnos y ayudarnos a ser lo que somos. Ellos pusieron toda la atención a nuestras primeras palabras, eran incomprensibles, ni sabíamos lo que decíamos… y hoy no los escuchamos porque dicen tonterías.
Recordemos que la vida es como un eco que te devolverá lo que tú le ofreces.
Amar, cuidar, respetar a los ancianos y no hacerlos sentir invisibles, no solo es un acto de amor, es un acto de justicia.
«Si permites que tus hijos traten a sus abuelos como en esta historia, ya sabes cómo te tratarán cuando tu seas mayor»

Quiero volver a confiar

Quiero volver a confiar

Fuimos criados con principios morales comunes, cuando éramos niños, madres, padres,
profesores, abuelos, tíos y vecinos. Eran autoridades dignas de respeto y consideración.
Era inimaginable responder o tratar sin mostrar respeto a los más ancianos, a maestros o
autoridades… Era una falta de educación.
Confiábamos en los adultos porque todos eran padres, madres o familiares de todos los
chicos vecinos del barrio. Solo teníamos miedo de la oscuridad, de los sapos, ratones, o
películas de terror.
Hoy tengo una tristeza infinita por todo lo que hemos perdido. Por todo lo que mis nietos
un día temerán. Por el miedo que percibo en la mirada de los niños, jóvenes, viejos y adultos.
¿Pagar las deudas es ser tonto?…
¿Amnistía para los estafadores?…
¿Los honestos son ridículos?…
¿No aprovecharse de la situación es ser necio?
¿Qué pasó con nosotros…? Profesores maltratados en las aulas, comerciantes amenazados por traficantes, los corruptos pavoneándose de su poder, rejas en nuestras ventanas y puertas.
Cada uno encerrado en su mundo. Hijos exigiendo regalos o dinero por pasar de curso.
¿Dónde están los valores, la moral y la ética? ¿Qué tenemos que dar para recibir un abrazo?
¿Desde cuándo a lo correcto se lo considera ridículo?
Más vale un auto caro que una amistad auténtica. Es más importante una televisión de pantalla gigante que una conversación entre amigos o familiares. Más vale un traje de Armani que un diploma. En definitiva, vale más parecer, que ser…
Ya estoy harto de vivir asustado y encerrado por temor.
¡Quiero sacar las rejas de mi ventana para poder tocar las flores!
¡Quiero sentarme en la vereda y poder tener la puerta abierta en las noches de verano!
¡Quiero que la honestidad vuelva a ser motivo de orgullo!
¡Quiero que se vuelva a poner de moda la rectitud de carácter, la cara limpia y la mirada
a los ojos!
¡Quiero esperanza, alegría, confianza y fe!
¡Quiero que nos avergoncemos de lo que está mal y seamos solidarios!
¡Quiero volver a enorgullecerme de nuestros líderes políticos, sindicales y religiosos!
¡Quiero que la palabra de honor dada por un hombre, vuelva a ser sinónimo de juramento!
¡Quiero ser y no simplemente tener y hacer!
¡Quiero recuperar la verdadera vida, simple como la lluvia, limpia como el cielo de abril,
refrescante como la suave brisa de la mañana!
¡Y definitivamente lo quiero para tí, tanto como para mí!
Sueño con un mundo sencillo para todos. Un mundo que tenga el amor, la caridad, la solidaridad,
el respeto, el perdón…como valores incuestionables. No puedo tolerar ciertas
cosas; la corrupción, la falta de ética, de moral, de respeto… me indignan.
Volvamos a ser los protagonistas de nuestra propia vida y a recuperar el tesoro que hemos
ido perdiendo poco a poco durante todos estos años. Es la única manera de construir un
mundo mejor, más justo, donde las personas se respeten, dejemos de estar crispados, de
abusar unos de otros y podamos tener verdadera paz en nuestro corazón.
¿Utopía?… es posible, pero por lo menos, hagamos el intento. Nuestros hijos se lo merecen
y nuestros nietos nos lo agradecerán.
«Comparte este mensaje con tu familia y amigos, tal vez ellos tengan el deseo de encontrar el
tesoro perdido»